lunes, 22 de noviembre de 2021

Las emociones embargan cuerpo y espíritu.

           


  

    La cara, por ejemplo, es la zona del cuerpo donde más músculos hay.  Ellos ejercen funciones físicas como la masticación, la apertura y cierre de boca y ojos, etc.; 

    Estas acciones no son nunca exclusivamente físicas, siempre tienen una motivación y un significado psíquico, afectivo y social. 

     Ejercen además funciones comunicativas, como el lenguaje hablado; pero, ante todo, expresan la variada gama de las emociones y los estados de ánimo: rabia, dolor, tristeza, alegría, pesadumbre, melancolía, desesperación, esperanza, resignación, deseo, frustración, ternura, amor, pasión... Algunas emociones son antagónicas entre sí, de modo que la plasticidad expresiva de los músculos es bien distinta, otras, se parecen mucho entre ellas, diferenciándose tan sólo por pequeños matices que la plasticidad muscular es capaz de expresar.

 

Las emociones embargan cuerpo y espíritu.

            Pero las emociones no se reflejan solo en la cara, aunque ésta sea la zona más visible y expresiva, sino que, se reflejan perceptiblemente en todo el cuerpo, adoptando la musculatura la misma calidad que en la cara. Todo el cuerpo se impregna de la emoción. La cara puede disimularla, pero el cuerpo no. Queda impresa en el tono general del cuerpo, manifestándose en la actitud, en la postura, en los movimientos, en el ritmo cardiorrespiratorio y demás funciones neurovegetativas. No se está alegre o triste sólo en la cara, se está en todo el cuerpo y en todos los actos que hacemos y por supuesto en la psique: en el sentimiento, en la disposición anímica, en todas las facultades mentales que se ven alteradas por esa circunstancia. E influye también en el modo y la forma de relacionarnos con los demás, de estar con ellos, de expresarnos. Tanto la intensidad como la calidad muscular, el modo de moverse en el espacio y el ritmo de los movimientos, todo está marcado por la emoción que se vive. La actitud que expresan las emociones tiene una fuerza comunicativa prioritaria, nadie puede escapar a ella, despierta sentimientos de identificación o rechazo. Es el mecanismo más primario para atraer a los demás -o ahuyentarlos-. De ese modo, las emociones son la raíz de la comunicación y de la ligazón o del odio entre las personas, las familias y los pueblos. Tienen más poder y fuerza que cualquier otro lenguaje, nos llegan hasta lo más profundo del ánimo, nos embargan desde la piel hasta las vísceras.

            El cuerpo entero, a un nivel, tanto visceral como superficial, está poblado de músculos. Además de ejercer las funciones físicas de movilizar cada segmento corporal con su energía y participar en la actividad de todas las funciones orgánicas, gozan de una plasticidad que confiere la forma personal del cuerpo, reflejo del carácter y del modo de ser psíquico. Tienen la capacidad de imitar a los demás e identificarse con ellos, o de burlarse y parodiarles. Tienen la capacidad de transformarse.

            Para poder desempeñar las distintas funciones físicas, emocionales, intelectuales, sociales y comunicativas, los músculos no sólo han de ser fuertes, resistentes, flexibles y disponer de reflejos rápidos. Han de ser también sensibles, delicados, finos, tiernos..., para poder recibir las informaciones del entorno, transmitir a los demás sus sentimientos, excitarles o tranquilizarles.

            El dominio de los recursos físicos aporta confianza, seguridad, decisión, valorización... en los campos psicoafectivo, intelectual y relacional. Cuando existe un conocimiento y un auto dominio corporal, cuando las articulaciones son flexibles, cuando no hay trabas en el movimiento, se puede llegar a todas las partes del cuerpo y desenvolverse con amplitud en el espacio exterior, lo que proporciona autonomía y autoestima. Y a la inversa, la seguridad o inseguridad psicoafectiva y/o comunicativa contribuye a su vez a la seguridad o inseguridad en los otros campos. Así, una persona puede moverse mal, no porque sus articulaciones sufran alguna traba que limite el movimiento, sino porque existen emociones, preocupaciones o rasgos de la personalidad que se lo obstaculizan. El miedo o la timidez, por ejemplo, actúan en ese sentido. Todos los rasgos de la personalidad se reflejan en la estructura corporal, en el movimiento y en el modo de estar. Y cada movimiento por simple que sea, según las características físicas de su amplitud, ritmo o intensidad, produce tanto al que lo ejecuta como a quien lo contempla, sensaciones, emociones o imágenes con diferentes significaciones, si la sensibilidad, del ejecutante o del espectador, no está abotargada.