Los humanos somos criaturas tribales y a menudo sacrificamos el sentido común para afianzar nuestras afiliaciones de grupo, tanto si son partidos políticos como equipos deportivos, religiones, géneros, razas, países de origen o géneros musicales.
La mentalidad de tribu nos lleva a «sancionar por la novedad» a los pensadores que se salen del redil, sobre todo si los percibimos como «otros» o como intrusos.
Por más lento que pueda ser el cambio y por más crudo que a veces parezca el mundo, no estamos condenados a ver cómo se ignoran, repudian o prohíben nuestras ideas polémicas.
Aprendiendo a practicar la disidencia y a responder mejor a ella, podemos vencer el miedo y la desconfianza, sustituir las ideas mayoritarias por algo mejor y fundar equipos, organizaciones y sociedades más funcionales.