domingo, 27 de abril de 2014

El arte del contacto humano



Tocar es sentir y amar.
Si toco tu piel siento tu alma latir.
Porque tocar tu piel, si la siento, es tocar tu corazón.
Tú eres todo, lo que se ve y lo que permanece en la oscuridad.
Pero si yo solo te rozo, y lo siento, lo que estaba en las sombras comienza a ver la luz.
En tus entrañas puede haber reposo o inquietud, mis dedos lo saben al tocarte.
Pero si estás en reposo, quizá quieras despertarte, o quizá, seguir soñando.

Aunque si en la inquietud yaces, mis dedos pueden llevarte a un lago tranquilo.
Porque tú eres vida, la vida se mueve, habla y escucha, se agita o se estremece, palpita.
Lo que ocurre en el fondo del océano encuentra su vibración en la tierra,
el aire que susurra a la arena agita las algas marinas.
Es la vida. Así de sencillo, así de inteligible, así de misterioso.
Mis dedos ven, oyen, huelen, saborean, y te despiertan a ti los sentidos.
Si yo te siento, tú te sientes.
Es el poder del tacto amoroso, como no puede ser otro.
Como yo quiero que sea y tú quieres que sea.
Puedo acariciar con mis ojos, soñar con mis oídos, saborear con mi piel, y tú, con mis dedos ves, hueles, oyes, saboreas.
Tú eres, porque te toco. Yo soy porque te toco.
Tu eres porque me tocas. Yo soy porque me tocas.
Todos somos porque nos tocamos.
Tocar es sentir y amar.

Somos uno con el otro.
Somos todos con uno.
Somos uno con todos.

Pero somos dos no somos uno. Tú eres tú, yo soy yo.
Aunque estemos bañados el uno en el otro.
Es la vida, perpleja, misteriosa.
Es el amor.
Es la vida.