viernes, 7 de noviembre de 2014

La agresividad


Agresividad
Joaquín Benito Vallejo


Diversos autores, entre ellos Hobbes o Lorenz, han considerado  a la agresividad  como una pulsión innata en el hombre, y en los animales, a la que se debe controlar. Otros por el contrario, Rousseau o Kropotkin, creen que la naturaleza  humana es buena de por sí, siendo la sociedad la que hace malos a los hombres.
Por otra parte, como señala Eibesfeldt, el carácter innato de un comportamiento o disposición no implica que estos sean inaccesibles a la influencia ambiental, ni deban tener un fin biológico determinado. La agresividad es  tan solo una pulsión entre otras muchas disposiciones a la sociabilidad. La tendencia a la cooperación y la ayuda mutua forma parte de muchas pautas de comportamiento amistoso.

¿Si la agresión fuera innata, porqué la socialización o esas otras pautas amistosas, no pueden neutralizarla?

Si la agresión se entiende como un ataque violento verbal o físico, sin causa o razón aparente, simplemente con la intención de causar daño físico o psíquico, o con la de conseguir distintos beneficios, entonces deberíamos decir que la agresión no es un instinto innato en el hombre ni en ningún animal.
La agresión desde este punto de vista, tendría sus causas en trastornos psico-sociales de la personalidad del  sujeto agresor, -de origen personal, familiar, cultural, económico, social, político…-, pero nunca sería considerada una pulsión innata o biológica.

Parece muy difícil discernir si la agresión es innata o aprendida. Creo que se confunde el medio con el fin. Lo que sí es biológico es la fuerza con que se manifiesta la agresividad. La fuerza es el medio o la herramienta con que la agresión se expresa. La fuerza es el medio, mientras que la agresividad es el objetivo. 

Esa fuerza forma parte de la energía vital. Es innato que se responda adecuadamente ante un ataque. Lo que sin duda no es innato es que se le bese la mano a quién  te pega. -O quizá sí dentro del contexto del taoísmo, ya que si se responde con una agresión a otra, el taoismo lo considera una consecuencia del ego, de creer que hay que sentirse superior ante el otro, cuando lo que debiera hacerse es, nada, no hacer ningún caso.-

Yo creo que lo que se llama agresividad forma parte del tono o de la energía vital del ser viviente. En esa fuerza por la vida yace tanto la defensa como la amistad. El ser vivo puede ser tierno o feroz según las circunstancias. Debe serlo.  Debe tener el coraje de luchar contra un medio físico o ambiental hostil, precisamente por su energía vital que busca la vida y lucha por ella. Lo mismo que debe defenderse desplegando toda su fuerza, contra una humillación o un impedimento o represión que busca su doblegación, aniquilamiento, esclavitud, explotación, pérdida de su identidad o de sus atributos e impulsos vitales. 
Si no luchara contra su opresor, si no luchara por defender su individualidad o su integridad, el ser vivo ya podría ser considerado muerto al haber perdido la capacidad de defenderse, defender no solo su ser físico sino su psiquismo, su autonomía y su identidad. (Y por ello no debería llamarse agresividad, sino lucha o defensa por su identidad, por su ser. Quién no se defiende de una humillación es que ha perdido su capacidad de ser) Otra cosa bien distinta es cuando ataca o agrede a otro ser, sin razón ni causa justificada, porque si, sin más ni más.

 El ser vivo despliega su energía en su entorno buscando vivir, lo que le lleva a investigar el medio ambiente, orientarse en él, conocerle… 
Hay una  fuerza innata generada por la vida y generadora de vida. 
La fuerza o la energía con la que el ser vivo se mueve en la naturaleza, en su medio ambiente, por buscarse la vida en él. Por ser él. 
Esta energía le conduce a observar e investigar el medio para apropiarse del alimento necesario para vivir. 
Esa investigación del medio le posibilita conocer y dominar ese ambiente. 
El ser vivo nace con una serie de predisposiciones para ello heredadas de sus antepasados, las cuales solo necesita ejercitar. Entre esas predisposiciones heredadas, están las señales de alerta ante lo desconocido, ante un posible peligro, ante el cual debe defenderse o huir o esconderse. 
La lucha por la vida no es agresividad, es el coraje, la fuerza, la vitalidad, la motivación con la que el ser vivo se desarrolla. 
Las emociones están ligadas a la vida. Todas, podríamos decir, derivan del placer y del displacer.  A la vez que se produce el placer  se genera el miedo a perder ese placer, el temor al displacer, al dolor, al sufrimiento, al peligro. 
En estas circunstancias el ser vivo, huye, se esconde, se defiende. 
La fuerza que antes se empleaba en buscar el placer,  se transforma ahora en luchar contra el posible displacer. 
El ser vivo no ataca por placer, sino para defenderlo, para no perderlo.  
Estamos hablando aquí de no atacar a un congénere.  Ataca si, a otros animales de los que se alimenta, pero incluso ese ataque se da solo para saciar su hambre, no por agresividad contra esos otros animales. 
Saciada su hambre no ataca. Y no ataca nunca a uno de su misma especie. 

Observación, búsqueda, apropiación, dominio, conocimiento, acción, van unidas, ligadas a la propia vida, propiciadas por la vida, para poder vivir. En esa apropiación del medio ambiente el ser vivo se encontrará con conflictos, trabas, obstáculos que habrá que salvar, se encontrará con otros seres vivos que, en la búsqueda también de su propia supervivencia despliega a la vez su energía y que quizá sea antagónica y haya que enfrentarse a ella. Ese ser vivo a su vez, puede ser de otra especie, pero también puede ser de la misma.
Con su misma especie se ha generado un consenso, con los de otra especie no, o quizá en cierta forma también.

Todo forma parte de la vida en su proceso. Se generan acuerdos de supervivencia. Con la misma especie es más lógico, está más ligado a la propia supervivencia. El individuo depende de su especie. Es entre toda la especie que se generan comportamientos propios. Acuerdos y relaciones propias. Aunque también siempre existe una propia e individual supervivencia. Y por ello un enfrentamiento con los demás si llega el caso. La agresividad forma parte de esa fuerza, de ese impulso vital de búsqueda de vida y de defensa si llega el caso de sentirse a su vez agredido.

Si un ser que es impedido ser por otra fuerza, no se defiende, es que ha perdido su capacidad de ser. Si un esclavo no lucha por ser libre es que ha perdido la capacidad de SER libre, o simplemente de SER.

No existe agresividad por otra parte, sin su contrario, al que podríamos denominar afecto, paz, tranquilidad. A la lucha por la supervivencia siempre le sigue la calma de lo conseguido.  La calma y la agresión son los extremos de una misma línea. Son las dos caras de la misma moneda. No existe la una sin la otra. Las dos caras forman parte de la misma energía vital. -Como nos dice el Tao, no existe la dualidad, lo blanco o lo negro, la luz o la oscuridad, ambas son las dos caras de lo mismo, no existe una sin la otra. Hay que integrar las dualidades-. Unas veces se manifiesta una, otras veces otra. Según corresponda. Es lógico que exista una fuerza por vivir y que exista la calma, la tranquilidad, el afecto. No es lógico que un ser vivo se someta o acepte una opresión, una explotación.

Esa energía vital se va modelando y puliendo con la vida.
En el proceso viviente de conocimiento y apropiación del medio ambiente próximo aparecen peligros. Esos peligros generan a su vez mecanismos de defensa. El mecanismo de defensa más arcaico y primordial es el miedo. El miedo es una emoción, una conmoción que afecta a todo el ser vivo íntegro. Es una transformación del organismo vivo para enfrentarse al peligro. Ante el miedo, el ser vivo ha de reaccionar para salvarse. Depende de seres, de circunstancias, de historias y procesos, la reacción puede ser de lucha o de huida, o de quedarse quieto lo cual puede ser una estrategia o una incapacidad para luchar y para huir. Luego el miedo es una reacción ante un peligro –real o imaginario- ante el que hay que defenderse, luchando o, si se percibe que no tiene posibilidad, huyendo o escondiéndose. En cualquier caso se produce una excitación. A la ausencia de peligro se produce el placer y la calma. El placer y la calma son antagónicos del miedo y de la agresión.

Otra cosa distinta pero derivada del miedo es el pánico -miedo excesivo e irracional-, no acorde con las circunstancias. Este miedo -pánico- es alimentado muchas veces por los políticos y por los medios de comunicación-manipulación, para dominar y desarmar a las masas con peligros ficticios y apartar su interés de lo que realmente les pueda importar, pero que a los políticos no les interesa que presten atención.

El ser humano puede cometer, comete, los actos más malvados de la naturaleza y de la vida. Esos actos están ligados a su agresividad.  Ahora bien, la agresividad, tiene su procedencia en diversas causas, se genera, y se cultiva de diversas formas.
Ante un hecho malvado de un ser humano, no se puede exclamar - ¡el ser humano es lo peor que hay! -  Eso es una generalización. Todos los seres humanos no han cometido esa maldad. Frente a esos seres malvados hay otros derrochando bondad. La misma persona que proclama que el ser humano es malvado, queda excluida de esa maldad ya que al denunciarlo se salva. Pero tampoco es justo que meta a todos los seres humanos en el mismo saco.
Yo creo, estoy convencido de ello, que el ser humano en general es “bueno por naturaleza”. Pero hay algo y alguien en su vida que le ha hecho malo. Con esto no quiero justificar ni perdonar al que se comporta de una manera malvada.

Considero que el ser humano viene dotado al nacer de una energía vital con la que fundamentalmente ha de hacerse a sí mismo. Se hace a sí mismo desarrollando sus capacidades en el medio entorno y en igualitaria relación con los demás. La educación ha de propiciarle ese desarrollo integral de su ser.  Si por el contrario, la educación se convierte en un adiestramiento o domesticación -lo que por otra parte es general-, donde al niño se le inhibe, reprime, castiga, culpabiliza, adoctrina, engaña, seduce, coartándole los impulsos vitales de explorar el medio y desarrollar sus capacidades, al niño se le convierte en un ser frustrado, desrealizado, alienado, castrado en su más íntimo y profundo ser. La energía que debía ser liberada en la exploración del medio, en su relación con los demás y en la realización del propio ser, queda de esa manera enquistada, reprimida, y se proyectará en actos violentos contra otros o contra sí mismo. Esa es la agresividad, y su causa general, la frustración.
 Si a esto se añade el adoctrinamiento, que suele ir muy ligado, es decir, la ideologización de la vida, la pertenencia a un clan, a una raza, a una religión, a una autoridad, esa agresividad reprimida en su realización vital es canalizada hacia los demás que no pertenezcan a su clan, raza, ideología o religión.
Así se forman los patriotas, los talibanes, los sectarios, los esclavos de las normas, religiones e ideologías, los que ensalzan a quienes les explotan, los que admiran al jefe, los que votan al gobierno que les ha llevado a la ruina.

Si la educación se entendiera y practicara, como el medio para desarrollar todas las capacidades humanas la agresividad no sería la fuente de conflictos y guerras actuales. La educación no ha de ser domesticación ni adoctrinamiento. El ser humano no es agresivo por haber sido “bien educado” utilizado este término como un eufemismo. Ser “bien educado” es tener buenos modales y comportamientos con los demás, no se trata de ser aparentemente amable, sonreír, pedir perdón, etc. Estos comportamientos están bien, pero cada uno los tiene que aprender en la vida, en la relación con los demás, no por la domesticación y  el castigo, porque entonces esos buenos modales no son más que mentiras, hipocresía pura y dura. Decir una cosa y hacer la contraria, como hace en general  el catolicismo, -y muchos políticos y hombres ricos-, predicar  el bien y practicar el mal.

La educación como desarrollo pleno de todas las capacidades humanas ha de desarrollarse en interrelación con los demás. En esa interrelación uno aprende a ser uno mismo y desarrollarse, teniendo en cuenta a los demás. Cada ser debe gestionar sus propias capacidades, pero a la vez hay otra parte que debe ser co-gestionada con los demás. Auto gestión y cogestión. Hay aspectos que pueden ser más o menos íntimos y  personales, -y pueden ser autogestionados  por uno mismo-, pero a la vez hay una parte, u otros aspectos que forman parte de la interrelación con los demás y por tanto han de ser cogestionados con los demás. En esa interrelación cogestionada uno ha de aprender a valorarse y respetarse a sí mismo tanto como a valorar y respetar a los demás. El Yo establecerá un equilibrio con los otros. La agresión mal entendida no tiene necesidad de aflorar, ni explotar. Porque cada uno razona consigo mismo y razona con los demás mediante la exposición de sus planteamientos o pareceres.

La agresión surge de la insatisfacción, de la frustración primigenia, de la coartación, de la incomprensión, del maltrato, de la indiferencia, de la impotencia. O como respuesta a la frustración por la insatisfacción de una necesidad.




jueves, 28 de agosto de 2014

límites

Es necesario poner límites en muchos ámbitos (p.18), lo que es similar a tener referencias “éticas”.
http://tecnicascorporalesterceraedad.blogspot.com.es/p/articulos.html
La sociedad actual competitiva, capitalista y consumista pretende acabar con los límites.  
Es necesario poner límites:
  • a la expansión demográfica;
  • a la carrera de armamentos;
  • al crecimiento económico;
  • al consumismo insaciable;
  • al distanciamiento progresivo entre países ricos y pobres;
  • al gigantismo de los proyectos científicos;
  • a la invasión de los medios de comunicación privados;
  • a la obligación de batir records;
  • a ir siempre más rápido, más lejos, a lo más caro;
  • poner límites a la violencia;
  • a la contaminación del aire, del agua y de la tierra;
  • al despilfarro de energía;
  • a la liberación de las leyes morales;
  • a la hipersexualización de la infancia y adolescencia;
  • a la utilización del cuerpo de la mujer como objeto de consumo;
  • a la falta de referencias;
  • ...
Muchos enfermos mentales sufren de una falta de límites: entre el Yo psíquico y el Yo corporal; entre el Yo real y el Yo ideal; entre la responsabilidad personal y la de los otros; produciéndose la indiferenciación de diversos aspectos de la personalidad y la confusión entre las experiencias.


viernes, 16 de mayo de 2014

El MOVIMIENTO es COMUNICACIÓN


El MOVIMIENTO es COMUNICACIÓN

Joaquín Benito Vallejo

El movimiento es una pulsión innata, una fuerza vital que brota desde el interior del organismo vivo dirigida al exterior medioambiental que le rodea.

Y en la medida en que esa pulsión va organizándose cumplirá múltiples funciones.

Si el organismo no puede vivir sin el medio donde ha nacido y se desarrolla, el movimiento es la principal herramienta de que él dispone para entrar en relación con el medio satisfaciendo de ese modo múltiples funciones de supervivencia como son la alimentación, la adaptación, la defensa, la sexualidad con o sin reproducción, la relación con otros, el trabajo, el disfrute.

A través de todos los sentidos, fundamentalmente el oído, la vista, el olfato y el tacto, las cualidades del medio ambiente penetran en el organismo, son conocidas y percibidas por él, casi sin pretenderlo, sin salir de sí mismo, aunque si sea necesaria una cierta predisposición para poder captar las características del ambiente mediante un estado de alerta y un grado de atención y disponibilidad.

Sin embargo, la capacidad que no espera a que el ambiente venga a nosotros, sino que va hacia él, que lo penetra, que se lo apropia, lo explora y lo modifica, es fundamentalmente el movimiento, y con la ayuda de él todos los demás sentidos se activan y se enriquecen.

El tacto y el gusto dependen directamente del movimiento, sin el que no es posible ni tocar, ni acercar los objetos y saborearlos. Incluso la visión se rige por movimientos oculares y de coordinación óculo manual, además de favorecerse de los movimientos de la cabeza y de la columna. Pero el movimiento no sólo amplía el campo visual sino también, el auditivo y el olfativo al posibilitar el acceso a otros campos espaciales y sensoriales.

Por lo tanto, el movimiento significa fundamentalmente, ir hacia fuera de uno mismo, o lo que es igual, relacionarse con el ambiente. Ambiente que no es meramente físico - químico compuesto de aire, agua, tierra, sol, etc., sino que es un mundo social formado y construido por personas. Estas personas constituyen el objetivo esencial con las que el organismo humano, a través del movimiento, pretende relacionarse y comunicarse.

El movimiento significa entonces ir, acercarse, pedir, tocar, penetrar, traspasar, trastocar, cambiar, explorar, expresar, inventar, proyectarse, además de alimentarse y amar. Pero también se utiliza para defenderse, atacar, luchar, huir, esconderse, replegarse, inhibirse, según lo requieran las situaciones, los acontecimientos o las actitudes de las demás personas del entorno.

Todas esas modalidades de movimiento son utensilios que el individuo humano utiliza para construirse un lugar propio entre las demás personas, para que se le reconozca, se le aprecie, se le estime, se le tenga en cuenta, adquiera un valor para los demás.

En la medida que se adquiere un valor para los demás se revaloriza uno a sí mismo. A medida que se consolida la pertenencia y el valor en el grupo, se fortalece la personalidad y la autonomía. No ser reconocido por el entorno social significa el aislamiento y con éste, la muerte, simbólica o real.

Así como el organismo se hace a sí mismo en su relación con el ambiente, el niño se convierte en ser humano en su relación con las personas. Toma consciencia de sí mismo en su comunicación con los demás.

No existe una evolución por parcelas aisladas, en la que se origine, en primer lugar el crecimiento del organismo físico con su control y dominio motor. No existe una segunda etapa en la que se labre el conocimiento, la estructuración y la utilización de los objetos que pueblan el entorno. No existe tampoco otra tercera fase donde se aborda la comunicación con los otros.

Todo ocurre a la vez, el crecimiento físico, el dominio del entorno, el conocimiento, la madurez personal. Luego la principal función del movimiento consiste en establecer la relación con el ambiente, esencialmente con las personas, con el objetivo de satisfacer múltiples necesidades que abarcan desde la alimentación, el trabajo, el conocimiento, el afecto, la valorización personal: necesidades físicas, sociales y psíquicas.

El movimiento es la base de todas las formas de relación, comunicación y expresión. Con el movimiento se pueden transmitir emociones, sensaciones, sentimientos y pensamientos. Su puede hacer poesía, música, danza, o escultura. Podemos recrearnos solos con él o podemos compartirlo. Podemos dialogar o hacer composiciones plásticas, podemos hacer un coro o un canon.

Comunicación viene de comunión, común. Significa realizar algo en común con otro u otros, compartir, dialogar, escuchar, dar y recibir. Salir del mundo propio, individual e individualista y entrar en el mundo de los demás. Salir del propio sentimiento y compartir los sentimientos ajenos; dejar de sentirse únicamente a sí mismo y sentir a los demás.

En los trabajos de comunicación que proponemos aquí, se extrema, afina y matiza la calidad del tono muscular. Al afinarlo nos hacemos más sensibles y delicados, más tiernos y accesibles, más disponibles para aceptar y comprender.

Se produce también una adaptación al tempo, al ritmo y al espacio de los otros. Hay que compartir un espacio común y hay que adaptarse al movimiento dentro de ese espacio con todo su entramado de direcciones y trayectorias. Se juega también con todas las posibilidades de coordinación mutuas: actuar simultáneamente, alternarse, “contramoverse”, pararse.

Tanto en la adaptación tónica, rítmica y espacial se trata de que nadie dirija ni se deje dirigir, que nadie invada a los otros ni sea invadido, que nadie se imponga a los demás.

Aunque también podría ser, que uno condujera y los otros dejen llevarse, que unos adopten un papel activo y otros pasivo, y esto lo hacemos en algunos ejercicios. Ambos papeles tampoco son fáciles. El que se deja conducir ha de mostrar un cierto grado de disponibilidad, de abandono en el otro, de pasividad deseada y educada; ha de disponer de un tono muy plástico que no ofrece resistencias, que tiene la capacidad de amoldarse. Por su parte el que dirige, también ha de saber conducir sin imponerse, sin invadir ni forzar.

También precisa un cierto grado de adaptación al tono del otro, dependiendo del cual, su propio tono y actitud, su modo de conducir, será distinto. Unas personas necesitan más vigor para conducir o para ser conducidas, mientras que otras, por el contrario, poseen una adaptabilidad más sutil. La acción de dirigir, por otra parte, precisa más energía que la de ser conducido. Necesita firmeza, decisión, seguridad. No se puede titubear, ni mostrar inseguridad. La confianza de aquel que ejerce el papel pasivo depende de ello. Si uno tiene seguridad en sí mismo transmite confianza, si es un indeciso transmite inseguridad.

Si el proceso de sentirse, conocerse y hacerse a sí mismo es rico y complejo, no significaría nada sino lo hacemos en relación con los demás, sintiéndoles, sufriéndoles, queriéndoles, comprendiéndoles, rechazándoles... Sentirse a sí mismo es la base para sentir, comprender y relacionarse con los demás, y a la inversa, sentir a los demás sirve para sentirse mejor a sí mismo. Es un proceso dialéctico en el que ambos vectores son causa y efecto a la vez, mediante los cuales seguiremos creciendo y desarrollándonos mutuamente. Ambos procesos caminan ligados y paralelos, cada uno es imposible sin el otro.

Hay una fase del proceso consistente en un aprendizaje individual, en el que cada uno, partiendo de sus propias sensaciones y de sus características personales, ha de aprender a modular su tono, establecer una coordinación armónica, explorar las posibilidades de su movimiento en las dimensiones espaciales, descubrir en el movimiento la esencia de su personalidad y expresarlo, disfrutándolo.

Hay otra fase que es ya, un proceso comunicacional en el que cada uno ha de adaptarse a las características de los demás, sin dejar de ser él mismo. En esa construcción propia y mutua, el tono, el ritmo y el espacio propios deben adaptarse a los de los otros, logrando un tono, un ritmo y un espacio comunes

domingo, 27 de abril de 2014

El arte del contacto humano



Tocar es sentir y amar.
Si toco tu piel siento tu alma latir.
Porque tocar tu piel, si la siento, es tocar tu corazón.
Tú eres todo, lo que se ve y lo que permanece en la oscuridad.
Pero si yo solo te rozo, y lo siento, lo que estaba en las sombras comienza a ver la luz.
En tus entrañas puede haber reposo o inquietud, mis dedos lo saben al tocarte.
Pero si estás en reposo, quizá quieras despertarte, o quizá, seguir soñando.

Aunque si en la inquietud yaces, mis dedos pueden llevarte a un lago tranquilo.
Porque tú eres vida, la vida se mueve, habla y escucha, se agita o se estremece, palpita.
Lo que ocurre en el fondo del océano encuentra su vibración en la tierra,
el aire que susurra a la arena agita las algas marinas.
Es la vida. Así de sencillo, así de inteligible, así de misterioso.
Mis dedos ven, oyen, huelen, saborean, y te despiertan a ti los sentidos.
Si yo te siento, tú te sientes.
Es el poder del tacto amoroso, como no puede ser otro.
Como yo quiero que sea y tú quieres que sea.
Puedo acariciar con mis ojos, soñar con mis oídos, saborear con mi piel, y tú, con mis dedos ves, hueles, oyes, saboreas.
Tú eres, porque te toco. Yo soy porque te toco.
Tu eres porque me tocas. Yo soy porque me tocas.
Todos somos porque nos tocamos.
Tocar es sentir y amar.

Somos uno con el otro.
Somos todos con uno.
Somos uno con todos.

Pero somos dos no somos uno. Tú eres tú, yo soy yo.
Aunque estemos bañados el uno en el otro.
Es la vida, perpleja, misteriosa.
Es el amor.
Es la vida.

sábado, 26 de abril de 2014

Las sensaciones, alimento básico del cerebro.



La función sensorial.
(Extraído de Cuerpo, mente, comunicación.  Joaquín Benito Vallejo. Editorial Amarú)
          



















La función sensorial corresponde a los sentidos: órganos capacitados para captar las cualidades tanto del propio cuerpo como del medio exterior, cada uno dentro de su especialidad.  
En el proceso sensorial se desencadenan diversas funciones y ponen en marcha variadas estructuras corporales. 
Primero, el sentido que capta las señales del exterior o del propio cuerpo. 
Segundo, los nervios que transmiten la información sensorial hasta la médula espinal y el cerebro. 
En tercer lugar las neuronas cerebrales que reciben la información. 
Por último, la transmisión de las informaciones a las células de la corteza cerebral donde se contrasta la información, se clasifica y organiza. 
Y desde aquí se vuelve a establecer otro camino hacia fuera similar al que se hizo anteriormente hacia dentro, enviando ahora las órdenes hacia las extremidades corporales  para que los proyectos o deseos de la corteza cerebral se cumplan, actuando sobre el entorno que nos rodea o sobre el propio cuerpo. 
El cerebro, en primer lugar aprende por el cuerpo y en segundo lugar, el cuerpo se perfecciona mediante el cerebro. 
A través del cuerpo, el cerebro conoce la realidad corporal y ambiental; mediante el cerebro, el cuerpo modifica su realidad y la del ambiente. Es una interacción continua.

          Para que todo este proceso sensorial se desarrolle sin fallos, primero ha de haber un organismo vivo que se mueva y actúe en un medio ambiente con estímulos, excitaciones, atracciones y obstáculos a veces, para alcanzarlas. Si el medio carece de estímulos o es deficitario respecto a algún campo sensorial, el órgano u órganos encargados de recibir esos estímulos se atrofiarán o, no se desarrollarán convenientemente, ocurriendo lo mismo con las neuronas cerebrales que deberían recibir, procesar y utilizar esas informaciones sensoriales. Puede ocurrir también que el órgano receptor tenga alguna deficiencia y no pueda captar las sensaciones por lo que al cerebro no llegará ninguna información y las neuronas preparadas para ello tampoco se desarrollarán. Puede ocurrir, de igual modo, que el fallo lo tenga el sistema nervioso  encargado de llevar el mensaje hasta el cerebro, puede, por último ocurrir, que la deficiencia esté en el mismo cerebro. En cualquiera de estos casos las neuronas no tendrán la posibilidad de desarrollarse.

          Aunque no haya  ninguna deficiencia en ningún eslabón de la cadena sensorial, hemos de activar continuamente la entrada de sensaciones  y cada vez de una manera más variada y compleja, para que las neuronas no dejen nunca de seguir desarrollándose.  

          Los alimentos materiales que precisa la neurona son muy elementales –oxigeno y glucosa en cantidades ínfimas-, que proporcionan la energía básica para el funcionamiento celular, pero es muy exigente en cuanto a la cantidad y la calidad de las sensaciones que quiere, cada vez más y más  variadas y complejas.

Funcionamiento de las neuronas.

          Podemos comparar la neurona con un árbol. Consta de un tronco del cual crecen ramas y brotes. De manera similar a como el movimiento hace crecer los músculos y los huesos fijando el calcio en ellos, por lo que el movimiento es más importante para el desarrollo equilibrado del cuerpo, que el hecho de tomar dosis extras de calcio para que no aparezca una osteoporosis, las ramas y los brotes que crecen del tronco neuronal, conductos por donde se transmite la información a otras neuronas, crecen en la medida en que las sensaciones  entran y salen por ellas. Las ramas neuronales que reciben la información se llaman dendritas, las que la envían axones y los brotes son las sinapsis, puntos donde se establece la conexión. Sin embargo, no existe ninguna unión directa entre las dendritas receptoras y el axón emisor. La conexión se verifica en un espacio líquido que contiene sustancias químicas. Estas sustancias se llaman neurotransmisores y están formados por aminoácidos y proteínas. 
Cuando la actividad sensorial es escasa las ramas y los brotes nuronales son pobres y los neurotransmisores se “desperdician”. Por el contrario, las ramas se harán largas, fuertes, densas y espesas, -algunas pueden llegar a medir hasta varios metros-, e irán formando un frondoso y laberíntico bosque, entrelazándose unas con otras, aumentando también los neurotransmisores,  si la información sensorial no deja de pasar por ellas y cada vez es más rica y compleja a lo largo de toda la vida.

          Pero en la medida en que dejemos de potenciar nuevas sensaciones, que dejemos de aprender y que hagamos una vida rutinaria y monótona, donde todo es igual, las ramas dendríticas y axónicas, e  incluso el tronco neuronal se irán secando, de ese modo, donde debería haber un frondoso bosque va apareciendo cada vez más un desierto despoblado, el cerebro se queda hueco como una esponja.


En resumen.

          Recapitulemos. Por un lado, las sensaciones constituyen el alimento básico de las células del cerebro, las neuronas. 
Por otro, las sensaciones son informaciones, datos, contenidos, conocimientos con los que se va llenando nuestra mente. 
La estimulación sensorial y perceptiva produce modificaciones físicas y mentales. 
El primero es un componente físico, material, acompañado de corrientes eléctricas y descargas químicas mediante las cuales se activan y desarrollan las neuronas, modificándose su estructura anatómica, creciendo ramificaciones, originándose  conexiones sinápticas, activándose los neurotransmisores y en la que se ve involucrado el sistema nervioso junto con los sentidos y la motricidad, cuyo umbral de sensibilidad y la capacidad de captar y trasmitir las sensaciones va agudizándose.  
El segundo supone un componente mental, inmaterial pero que puede medirse y comprobarse por lo que produce y crea cultural y socialmente. 

Cuántas más variadas y ricas sean las sensaciones con las que estimulamos a nuestro cuerpo, más engranajes y circuitos se crean entre las neuronas, mas facilidad de conexiones se establece y más capacidad mental se adquiere, más datos se tienen para conocer la realidad y operar sobre ella. 

La segunda modificación alcanza a las estructuras del pensamiento y de la consciencia. 
Las neuronas son muy exigentes necesitando continuamente nuevas sensaciones, más refinadas y más complejas. Las sensaciones arcaicas y rutinarias no generan ninguna nueva ramificación.  
Toda actividad física o sensorial, correspondiente a los sentidos, activa las neuronas. Cuántos más sentidos se pongan en actividad, cuánto más interés pongamos en captar las sensaciones de nuestro cuerpo y del medio que nos rodea, cuántos mas capacidades estén implicadas más se activan las neuronas y la información.

          Hay dos tipos de estimulación sensorial, una pasiva y otra activa. 
La primera la recibimos sin querer, sin poner ningún interés por nuestra parte, simplemente por estar vivos en un ambiente con distintos estímulos, sean naturales o culturales o simplemente por  movernos sin ningún objetivo determinado. 
La segunda es una estimulación querida, buscada, por la que el sujeto se preocupa y lucha por conseguirla, estableciéndose un diálogo con el medio, haciéndose preguntas del porqué de las cosas, intentando mejorarlas. 
Las informaciones pasivas se alojan en el área alfa del cerebro, mientras que las activas llegan al área beta de la corteza cerebral. 
El área beta es el  área del cerebro especializada en la comunicación, el análisis y el proceso lógico, base de habilidades, acciones conscientes, intencionadas y libres,... con un máximo de posibilidades para el establecimiento de conexiones o sinápsis entre las neuronas. ...Cualquier información buscada y no meramente recibida (receptiva) aumenta la frecuencia de las ondas rápidas (ondas beta), reduciendo al mismo tiempo, la actividad de las ondas alfa, que son las lentas, pasivas, de las imágenes oníricas” (Gimeno y otros , pag. 13 - La educación de los sentidos. Editorial Santillana. Madrid 1986).

          Ese es el tipo de activación neuronal que nosotros perseguimos poniendo en marcha el proceso sensorial  que comienza con la concentración y busca la observación, la percepción y la consciencia corporal, con la consecución de la relajación y la mejora de la unidad: cuerpo, mente, comunicación.


jueves, 24 de abril de 2014

¿Estamos genéticamente programados para el cariño?

¿Estamos genéticamente programados para el cariño?

Manuel Vitutia Ciurana. 


“Blog de Psicología y Psicoterapia: Manuel Vitutia nos regala hoy un poquito de su capacidad de análisis, investigación y síntesis, aderezado de ternura. Y es que la Ciencia no está reñida con el amor.”


De la frialdad al cariño. Breve historia del sentido común.
¿Es aconsejable dar muestras de afecto a nuestros bebés? ¿Qué relación existe entre el cariño materno recibido durante la infancia (o su ausencia) y el equilibrio psicológico en la edad adulta? Hoy en día casi nadie duda de la importancia crucial que el afecto y el contacto físico entre la madre y el bebé tienen para el desarrollo físico y emocional de l@s niñ@s, pero esta visión contemporánea no siempre ha sido la dominante.
Durante los siglos XVIII, XIX y hasta la primera mitad del siglo XX, la idea imperante en los círculos médicos occidentales era que un excesivo contacto físico con el bebé resultaría perjudicial para su desarrollo. La opinión más extendida era que el cariño y el afecto producirían niñ@s débiles, sin voluntad y enfermiz@s. Adicionalmente, si el bebé era varón se afirmaba con rotundidad que el amor materno le convertiría en un afeminado. En realidad esta doctrina se sustentaba en las normas sociales victorianas y en la moral religiosa cristiana, ambas sumamente patriarcales y represivas con el afecto y la intimidad física. Como es evidente, no había nada de empírico ni de científico en estos postulados.
Para cualquier naturalista del siglo XVIII o XIX era evidente que el contacto afectuoso entre una madre y su cría es un hecho constante en infinidad de especies, alcanzando su punto máximo entre los mamíferos. De igual forma, los viajeros, exploradores o misioneros, habían constatado que en muchísimas culturas no occidentales, el contacto entre las madres y sus hij@s era más frecuente, más afectuoso y más prolongado en el tiempo que en occidente, sin que ello hubiera debilitado o arruinado la especie. Sin embargo, ninguna de estas evidencias iba a ser tenida en cuenta por quienes consideraban al Hombre Blanco como creado a imagen y semejanza de Dios y completamente ajeno al resto de razas humanas y especies animales. O dicho de forma más clara: Por encima de ellas.
Siguiendo esta ideología, la educación y crianza de l@s niñ@s se desligó de cualquier aspecto emocional o afectivo. Las instituciones de enseñanza, los hospicios o los pabellones pediátricos de los hospitales se diseñaron para cubrir las necesidades de alimento, higiene, disciplina e instrucción de l@s pequeñ@s. Socialmente se reprobaba dar muestras de cariño a los bebés y entre las clases acomodadas era frecuente que los padres y madres jamás tocaran a sus hij@s y encargaran todas las tareas de cuidado a las amas de cría. Éstas eran aleccionadas para no echar a perder a l@s niñ@s, con demasiadas caricias o atenciones.
Durante la primera mitad del siglo XX, surgieron dos teorías psicológicas irreconciliables que dominaron el panorama académico: El psicoanálisis y el conductismo. Pero por motivos diferentes, ninguna de las dos estaba en situación de cambiar mucho las cosas.
Psicoanálisis: La represión es el objeto de la educación
El psicoanálisis, por un lado, hundía sus raíces ideológicas en la moral victoriana y patriarcal vienesa del siglo XIX, y a pesar de sus postulados escandalosos en cuanto a las motivaciones humanas, no llegaba con intención de variar las pautas educativas, el papel de la mujer, ni las concepciones del maternaje.
Uno de los postulados centrales del primer psicoanálisis, el de Freud, era que l@s niñ@s tienen profundos instintos y sienten violentos deseos sexuales que dirigen hacia sus progenitores. Esta sexualidad infantil no podía entenderse cualitativamente como la sexualidad adulta, sino más bien como un impulso hacia la satisfacción física centrada en los distintos procesos corporales (como la alimentación o la evacuación); sin embargo, la imagen de un bebé con fuerte impulso sexual, que alberga sentimientos de atracción hacia uno de los progenitores y de furiosos celos hacia el otro (complejos de Edipo y Electra), no iba a ayudar mucho en la legitimación moral de patrones de crianza centrados en el contacto físico y el afecto. ¿Quién se sentiría cómod@ abrazando a un hijo o hija que cree que le odia o le ama de forma cuasi-erótica o teme ser castrado como castigo por sus incestuosos deseo? Y es más ¿sería esto conveniente? ¿Y apropiado? ¿Y moral?
El psicoanálisis supuso una profunda revolución sobre la visión del ser humano cuyos ecos alcanzaron todas las facetas culturales, desde el arte hasta la filosofía, pero en el campo de la educación y la crianza su posición fue obstinadamente conservadora. Aunque Freud nunca articuló una teoría unitaria y coherente sobre la educación y la crianza, sí expuso su opinión al respecto a lo largo de toda su obra. Especialmente reveladora es su libro: Cinco Psicoanálisis. Caso del pequeño Hans. Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Para Freud, la principal función de la educación era la represión de los instintos del niño o la niña y su ajuste al principio de realidad. Para él, existen dos fuerzas a tener en cuenta en la acción educativa: La dimensión natural o biológica del bebé (que busca satisfacer sus instintos y necesidades, buscar el placer y escapar del dolor) y la dimensión social o limitadora (que tiene que reprimir al niño o niña para hacerlo encajar en los patrones sociales y morales).
Para Freud, por tanto, la principal función de la educación era impedir la expresión de las tendencias espontáneas y libres del bebé, y para ello el método más valioso es la prohibición. La prohibición alcanza para el psicoanálisis el estatus de esencia de la acción socializante. De esta forma, la represión no es algo anexo o colateral en la educación, sino su centro, su razón de ser. Y en lugar de atribuir a la crianza y a la educación la función de ayudar, facilitar o guiar en el desarrollo y maduración del ser humano, le asigna un papel estrictamente disciplinario: Poner límites, reprimir los deseos y castigar por las infracciones son el camino que llevará a conseguir un ser humano debidamente reprimido y adaptado a la moral y costumbres de la sociedad.
Con este trasfondo ideológico, las muestras de cariño y afecto pasan a ser conductas indeseables a reprimir. Puesto que la función educativa es coartar los impulsos y fuentes de satisfacción naturales del bebé, y en vista de que el mayor impulso y fuente de satisfacción de un recién nacido es buscar el amor y la ternura de su madre, es precisamente ese tipo de conductas el que debe ser reprimido con contundencia. Satisfacer al bebé en su búsqueda de cariño y cercanía física le alejaría del principio de realidad y crearía a un ser humano inadaptado a la estricta moral victoriana de la época.
Sin embargo, un discípulo de Freud llamó la atención sobre un hecho preocupante.
René Spitz: “¡Devuelvan el bebé a su madre!”
René Spitz era un médico de origen austriaco que tras conocer a Freud y formase como psicoanalista, desarrolló una importante carrera profesional a lo largo de varios países. Uno de los intereses centrales de Spitz era la infancia, concretamente el primer año de vida, y los factores que incidían en el desarrollo emocional y afectivo de los bebés. Él fue el primero que utilizó la observación como método de estudio de la infancia y la aplicó no sólo a niñ@s enfermos, sino también en los que estaban completamente sanos.
Spitz reparó en un hecho que marcó a partir de entonces sus investigaciones: La mortalidad de los bebés hospitalizados que eran separados de sus madres era estadísticamente mucho mayor de la esperada, especialmente cuando l@s niños habían sido ingresados tras haber establecido ya un vínculo afectivo con sus madres. Spitz descubrió que esta mortalidad empeoraba en relación con el cariño o el desprecio impersonal con que las enfermeras trataban a l@s niñ@s. Es decir, por más que los bebés fueran debidamente alimentados, aseados y medicados, si eran tratados fríamente, sin ninguna muestra de afecto, ni siquiera con el tono de voz, la tasa de fallecimientos era anormalmente alta.
Spitz descubrió que los bebés así tratados, mostraban un cuadro similar a la depresión adulta, que incluía pérdida de la expresión facial, desaparición de la sonrisa, completo mutismo, pérdida de apetito, insomnio, pérdida de peso y retardo en las capacidades psicomotoras. Si la separación de la madre era breve (menos de tres meses) los síntomas parecían completamente reversibles: Bastaba con entregar el niño o la niña a su madre para que el cuadro remitiera con rapidez. Sin embargo, si la separación se prolongaba por más tiempo, los síntomas se agravaban, la tasa de mortalidad crecía y las consecuencias se volvían irreversibles: L@s niñ@s parecían quedar completamente incapacitados de forma permanente para entablar vínculos afectivos apropiados, limitación que no remitía tras la salida del hospital, ni en los años siguientes.
Spitz llamó a este síndrome, Hospitalismo y su investigación supuso una seria advertencia acerca de la importancia del vínculo afectivo entre la madre y su criatura. Una vez que el vínculo se había formado, una ruptura prolongada de éste era virtualmente fatal: Muchos bebés se dejaban literalmente morir y el resto jamás alcanzaba una normalidad psico-afectiva.
El amor de la madre era un puntal sobre el que descansaba la salud mental adulta.
Los trabajos de Spitz llamaron fuertemente la atención en círculos médicos y psicológicos y muchas instituciones hospitalarias cambiaron radicalmente el trato que daban a l@s niñ@s ingresados. Al mismo tiempo, la obra de Spitz fue el germen del que nacería, más adelante, la moderna concepción de apego.

Conductismo: Las máquinas no necesitan amor
El conductismo, a diferencia del psicoanálisis, no surgió de los salones de la alta burguesía y aristocracia vienesa, sino de los laboratorios de experimentación médica. El precursor de esta corriente fue el fisiólogo ruso Ivan Pavlov, Premio Nóbel de Medicina en 1904, que durante sus estudios sobre el sistema digestivo se topó con un hecho curioso: Los perros con los que estaba experimentando comenzaban a segregar saliva en cuanto veían a los investigadores que habitualmente les alimentaban. Pavlov, en su célebre serie de experimentos, demostró que podía conseguir que los perros comenzaran a salivar ante cualquier estímulo que se hubiera asociado a la comida, tales como campanillas, luces, timbres o metrónomos. A raíz de este descubrimiento fue surgiendo toda una teoría sobre la conducta, fuertemente marcada por la idea de que la asociación entre estímulos y la utilización de recompensas o castigos era el elemento principal para comprender y modificar el comportamiento humano.
Nacido de los laboratorios, el conductismo rechazó con virulencia cualquier disciplina, acercamiento, conocimiento o método que no se adaptara férreamente al paradigma experimental. Debido a esta limitación, muchas dimensiones humanas quedaron fuera del foco de investigación. Siguiendo la tesis de que sólo los comportamientos observables y medibles en el laboratorio podían ser objeto de estudio, el conductismo más ortodoxo negaba la importancia de los pensamientos o el lenguaje en la explicación de la conducta humana. Semejante punto de partía convertía al ser humano en una especie de máquina respondiente programable, lo que aplicado al tema de la crianza podía resumirse así: Lo único que se necesita para criar y educar a un ser humano equilibrado es cubrir todas sus necesidades biológicas, controlar los estímulos a los que se le expone y dispensarle las recompensas y castigos adecuados para que su conducta se ajuste a lo deseado. El mayor psicólogo conductista de todos los tiempos B. F. Skinner, llegó a rechazar el término psicólogo y se autocalificó como Ingeniero del Comportamiento.
El cariño, la atención y el afecto adquirían así un papel meramente instrumental, es decir, que podían ser utilizados como recompensas en la programación de la conducta. Su papel no era ni mucho menos central y la capacidad de estos para modificar la conducta siempre sería menor que la de la comida o el agua. El cariño entre una madre y su cría (humana o no) había pasado a convertirse en un medio para moldear la conducta; no era un fin en sí mismo.
Aunque el conductismo en ningún momento negó explícitamente la importancia del afecto en la crianza, y desde luego jamás afirmó que el contacto con los bebés fuera pernicioso, su interés estaba muy alejado de estos asuntos. Sin embargo esto no evitó que los problemas comenzaran a llegarle desde otras disciplinas, como la zoología o la etología, que estudia el comportamiento espontáneo de los animales en su hábitat natural.
Una de las tesis centrales del conductismo era que todas las conductas, sin excepción, eran aprendidas; O dicho de otra forma, que no había nada innato en el ser humano, nada que no pudiera ser moldeado por la crianza; los bebes nacían como pizarras en blanco sobre la que podía escribirse cualquier cosa, conforme a las Leyes y Ecuaciones descritos por la naciente Psicología del Aprendizaje: La conducta podía ser modificada, tanto en seres humanos como en animales, lo que permitía que una rata pudiera ser entrenada para pulsar una palanca dispensadora de comida y que un niño pudiera ser educado como si fuera barro fresco.
John B. Watson, el psicólogo norteamericano fundador del conductismo, lo expresaba de forma contundente en uno de sus pasajes más célebres:
Dadme una docena de niños sanos para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger -médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón- prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados.”
“Psychology as the behaviorist views it”. John B. Watson
La frase era desde luego una exageración y el propio Watson así lo reconocía; sin embargo sí es una buena muestra del optimismo que los conductistas sentían con su capacidad para explicar y modificar el comportamiento humano. Por primera vez, la psicología se sentía en disposición de formular las Ecuaciones Generales de la Conducta, algo así como las Leyes de Newton que regían el mundo de la Física.
Sin embargo, este optimismo simplificador pronto se toparía con la compleja realidad. Al adoptar como premisa teórica que todos los comportamientos eran aprendidos, es decir, que toda conducta se aprendía tras el nacimiento, el conductismo cerraba los ojos ante multitud de hechos que contradecían radicalmente este postulado.
La impronta: Konrad Lorenz y sus hijos los patitos
Cualquiera que haya contemplado el nacimiento de un ternero habrá comprobado que no necesita ser enseñado por nadie para poder encontrar la ubre de su madre; tampoco una cría de macaco rhesus requiere de ningún aprendizaje para agarrarse con firmeza al cuerpo de la madre y no soltarse de ella, pase lo que pase. De la misma forma, los pollos de codorniz recién salidos del huevo se están completamente quietos y agazapados en el terreno, sin que nadie les haya explicado que eso es lo más conveniente para su supervivencia. Hay una multitud de ejemplos, pero un caso concreto sacudió los pilares del conductismo.
Konrad Lorenz era un zoólogo y etólogo austriaco que desde niño había sentido fascinación por los patos, los gansos y las ocas. Aunque inició su formación en medicina, dedicó la mayor parte de su vida a estudiar el comportamiento de los animales en su hábitat natural. Lorenz, como tantas personas antes y después que él, había observado que los pollitos de estas aves nada más romper el cascarón, echan a andar detrás de la madre. La imagen de una hilera de pequeñas ocas siguiendo a la madre oca es probablemente familiar para todo el mundo; pero Lorenz reparó en que cuando los gansos, patos u ocas, no encontraban a la madre al nacer, seguían a la primera figura que encontraran, con tal que fuera más grande que ellos y se moviera. Así, el propio Lorenz se convirtió en la madre de muchas generaciones de patitos.
Las imágenes del Konrad Lorenz seguido por una hilera de gansos u ocas recién nacidos son célebre en los manuales de psicología y etología; también aquellas en las que aparece trabajando en su despacho y rodeado de multitud de patos adultos; o aquellas otras en las que nada en un lago mientras algunas ocas lo hacen a su alrededor: Una vez que los pollitos habían establecido el vínculo con él mostraban una tendencia inquebrantable a seguirle allí donde fuera. Lorenz llamó a este fenómeno Impronta e hipotetizó que tenía un importante valor adaptativo: Para poder sobrevivir, lo mejor que puede hacer un patito recién nacido seguir a su madre. Y ya que la madre será probablemente la primera figura en movimiento que vean, la programación genética está orientada hacia ello: Seguir a la primera figura en movimiento que ven al nacer.
Los trabajos de Lorenz agrietaron seriamente la idea de que toda conducta es aprendida: ¿Quién enseñaba a los patos a seguir a su madre por el campo? ¿Quién enseñaba a las ocas a seguir a Lorenz hasta su despacho? El concepto de impronta, entendida como un vínculo entre la madre y su cría, entraba en colisión directa con los postulados conductistas. Y a medida que fueron acumulándose las investigaciones y los experimentos de los etólogos, fue más innegable que había conductas que no eran aprendidas, sino innatas.
El apego, la búsqueda de cercanía y contacto físico entre una madre y su cría, era una de ellas y tenía un importante valor de supervivencia. Este hecho, unido a los trabajos de René Spitz en las maternidades, sugería que el cariño en el proceso de crianza no sólo es lo natural y deseable, sino lo necesario.

Harry Harlow: ¿Qué prefiere un monito, comida o cariño?
¿Qué prefiere una cría de monito? ¿Leche en abundancia o una madre suave y cálida a la que abrazar? Y más aún ¿cómo les afectaría a los monitos recién nacidos el ser privados de su madre?
Entre los años cincuenta y sesenta, dos psicólogos estadounidenses formados en los paradigmas teóricos del conductismo, Harry Harlow y Margaret Harlow de la Universidad de Wisconsin, llevaron a cabo una serie de experimentos encaminados a dilucidar la importancia del contacto físico entre madre y cría, el contacto social con otros miembros de la especie y sus efectos sobre el comportamiento adulto. Descontentos con algunas de las explicaciones de la psicología del aprendizaje conductista y estando al corriente de los trabajos de Spitz, Lorenz y de los autores británicos que comenzaban a formular las Teorías del Apego, el matrimonio Harlow diseñó un paradigma experimental en el que exponían a pequeños macacos rhesus a distintos tipos de crianza
Un grupo de monitos fue apartado de sus madres nada más nacer y criado durante 3 meses sin tener ningún contacto con ningún miembro de su especie. Su única compañía eran las llamadas madres sustitutas. Las madres sustitutas eran muñecos de alambre o felpa, con un cierto parecido en tamaño y forma a una hembra de rhesus. Algunas de estas madres sustitutas proveían alimento a través de un biberón insertado a la altura de lo que sería el pecho.
Cuando pasados esos 3 meses los monitos eran introducidos junto con macacos criados con sus madres, los bebes aislados sufrieron problemas severos de adaptación, mostraron dificultad para entablar relaciones sociales con sus congéneres y algunos murieron al negarse a ingerir alimento; sin embargo, en general, la mayoría acababa por adaptarse.
Muy diferente era el resultado cuando el aislamiento duraba más tiempo. En este caso las consecuencias en los monitos eran devastadoras. Los monitos que estuvieron 6 meses privados del contacto materno real nunca llegaron a tener un comportamiento normal: Se mantenían siempre aislados, no eran capaces de jugar con otras crías y hacían gestos extraños, como abrazarse a si mismos y dar muestras de un terror exagerado ante hechos no amenazantes. Cuando llegaban a la adolescencia estos monos eran mucho más agresivos y asustadizos, mostrando toda su vida un comportamiento más inestable, violento e impredecible.
Cuando el aislamiento alcanzaba los 12 meses (el equivalente a 6 años en un bebé humano), los monos, sencillamente, no interaccionaban jamás con el resto de miembros de su especie. Su comportamiento en general oscilaba entre los síntomas humanos de la depresión (tristeza, poca actividad, nulo contacto social…) y la esquizofrenia (posturas extrañas, mirada perdida, conductas estereotipadas y en ocasiones comportamiento claramente psicóticos, como asustarse de sus propias manos o pies a las que acababan por morder).
A medida que avanzaban los experimentos, los investigadores descubrieron que la conducta y esperanza de adaptación de los monitos era diferente en función del tipo de madre sustituta que hubieran tenido. Los monitos que se habían criado con una madre de alambre eran más inestables, agresivos y reacios al contacto social; las crías que habían tenido una madre sustituta de felpa tenían mejor pronóstico: Eran menos agresivas y temerosas, se adaptaban mejor al contacto con los miembros de su especie y, en general, su grado de alteración era menor.
En vista de ello, el matrimonio Harlow decidió dar a las crías la oportunidad de elegir el tipo de madre sustituta, introduciendo en las jaulas una madre de alambre con biberón en el pecho y otra de felpa que no daba ningún tipo de alimento. Si las teorías conductistas eran correctas, los monitos deberían mostrar más interés por las madres de alambre (con leche) que por las de felpa (sin comida). Esto sería así cumpliendo las leyes de la psicología del aprendizaje, según las cuales un estímulo que da algún tipo de refuerzo (como una malla de alambre con un biberón) se convertiría para los monitos en favorito frente a otro estímulo sin ningún refuerzo (un muñeco de felpa que no provee de comida). Por el contrario, si las observaciones y teorías provenientes de etólogos como Lorenz o de testimonios como los de Spitz eran los correctos, los pequeños rhesus preferirían a las madre de felpa aunque no les proveyeran de comida. Esto sería así suponiendo la existencia de un vínculo de apego innato de los monitos hacia sus madres; y, en caso de no existir madre real, como en el caso de los patitos de Lorenz, hacia cualquier figura que tuviera algún tipo de parecido con ellas: Suaves, cálidas y abrazables.
Los resultados no dejaron lugar a dudas: Los monitos preferían a las madres de felpa, se agarraban a ellas y pasaban así la mayor parte del tiempo; únicamente se alejaban de ellas para mamar del biberón de la madre de alambre. Y en muchos casos posponían el momento de ir a comer, preferían comer menos y hacían malabarismos para acercar la boca hasta la tetina sin soltarse de la madre de felpa. Cuando los Harlow privaron a los monitos de sus madres de felpa, estos cayeron en el mismo estado que Spitz había descrito en los pabellones pediátricos: L@s pequeñ@s se hundían en un estado de absoluta angustia, abandono y depresión.
Llegando aún más lejos, los Harlow decidieron estudiar los efectos en una segunda generación de macacos y el descubrimiento resultó aún más inquietante: Cuando las hembras que habían crecido sin madre se convirtieron ellas mismas en madres, se comportaron de forma fría con sus crías, aunque esta afirmación se queda extremadamente corta para lo que realmente sucedió: Las madres abandonaban físicamente a l@s pequeñ@s, los ignoraban, no los alimentaban, los agredían, mordían y golpeaban contra el suelo de la jaula y en muchas ocasiones llegaron a matarlos. Huelga decir que los l@s monit@s supervivientes de estas madres también se convertían después en adultos violentos, insociables, trastornados y terroríficos progenitores.
Las conclusiones eran evidentes: Para los monitos era más importante el amor maternal que la comida; incluso aunque ese amor maternal fuese en realidad un muñeco de felpa. Y, cuando ese amor faltaba, los monos adultos se convertían en insociables, violentos, inestables y temerosos.
 La Teoría del Apego: John Bowlby, el niño infeliz que se puso manos a la obra
John Bowlby tenía buenos motivos para interesarse por la felicidad de los niños. Había nacido en el Londres de principios de siglo, en el seno de una familia adinerada y aristocrática que seguía las pautas educativas de su época y clase social: El pequeño John sólo tenía contacto con su madre una hora al día, después de la hora del té; su educación y cuidados corrían a cargo de una niñera que, cuando John tenía cuatro años de edad dejó de trabajar para la familia, provocándole el mismo dolor que hubiera causado la pérdida de una madre. Para empeorar las cosas a los siete años ingresó en un internado, lo que acabó por marcar su personalidad y su interés por el sufrimiento de la infancia.
John Bowlby estudió psicología y medicina y orientó toda su carrera hacia el estudio del desarrollo emocional en l@s niñ@s, centrándose especialmente en aquellos menores difíciles, delincuentes o que mostraban problemas de adaptación. Encontró que había un patrón común que podía seguirse en las observaciones de Spitz sobre el Hospitalismo, en los reveladores experimentos de Harlow y en los estudios que iban llegando cada vez con más frecuencia del campo de la etología. Especialmente importante para él fue la obra de Lorenz, que le orientó en lo que sería su mayor aportación al campo de la psicología: La Teoría del Apego. Sin embargo, Bowlby también se guió por su propia experiencia como niño profundamente carente de afecto, con sus estudios sobre menores desadaptados y con sus observaciones acerca del sufrimiento de los niñ@s que eran hospitalizados a edades muy tempranas.
Siguiendo todas estas influencias y experiencias, hipotetizó que los seres humanos (aunque también otras muchas especies) nacemos programados para buscar una madre y quererla. Al igual que las ocas de Lorenz o los macacos de Harlow, los humanos nacemos a la búsqueda de una figura materna con la que establecer un profundo vínculo emocional y afectivo. La función de esta conducta sería asegurar que entre la madre y la cría se establezca el lazo necesario que permita la supervivencia del recién nacido; sin este lazo, sin este firme deseo de cercanía, protección y cuidados, la cría tendría pocas probabilidades de subsistir, especialmente en especies que nacen tan inmaduras como el ser humano.
Pero yendo más allá, y siguiendo algunas de las conclusiones de Spitz (que observó que los niños privados de la madre durante muchos meses perdían su capacidad de relación social normal) o de Harlow (que probó exactamente lo mismo con los macacos), Bowlby afirmó que la importancia de este vínculo era tal que su carencia o debilidad podía tener gravísimas consecuencias psicológicas en la edad adulta. Gracias a su trabajo con jóvenes delincuentes pudo confirmar que las malas prácticas de maternaje eran un denominador común en las conductas desadaptadas de l@s jóvenes delincuentes; así, l@s niñ@s que habían sido tratados con frialdad, desprecio o violencia, se convertían en adultos inestables, agresivos e insociables. Fenómeno que también podía verse en aquell@s otr@s que habían sido separad@s tempranamente de la madre o habían crecido en alguna institución fría e impersonal como un hospicio u orfanato.
En realidad, esta última conclusión de Bowlby estaba confirmada por los experimentos de Harlow: Los monitos crecidos sin una madre amorosa se convertían en adultos inseguros, agresivos, inestables y violentes. Para Bowlby, la sociedad estaba replicando a gran escala, y con seres humanos, las crueles prácticas que Harlow infringía a sus pequeños macacos. Y consecuentemente, los resultados eran los mismos.
Sin embargo Bowlby fue más allá y afirmó que estas malas prácticas de maternaje (la frialdad, el desdén, la violencia o el abandono) se transmitían de generación en generación como una especie epidemia social; así, l@s niñ@s crecidos en un ambiente sin amor se convertían en adultos que replicaban esas pautas, siendo padres o madres poco afectuosos, distantes o agresivos.
Concluyendo: Quieran mucho a sus bebés… salvo si quieren adultos desequilibrados
La Teoría del Apego afirma, entre otras cosas, que el vínculo temprano establecido entre un bebé y su madre es fundamental para el desarrollo psicológico de la persona. Así, l@s niñ@s que tienen una figura de apego accesible, amorosa y estable, aprenden que el mundo es un lugar seguro, cálido y afectuoso; crecen con menos miedo, son más segur@s, pacífic@s y estables emocionalmente. L@s niñ@s que no tienen una figura de apego o ésta se comporta de forma fría, inaccesible o errática, aprenden que han llegado a un lugar sumamente peligroso y hostil. Crecen por tanto siendo más insegur@s y desconfiad@s, y se convierten en adult@s inestables, miedos@s o agresiv@s.
La teoría del apego ha generado tal volumen de investigación que sería imposible resumirla en pocas líneas; sin embargo hoy en día casi nadie discute el valor del cariño físico, la importancia de establecer tempranamente un firme vínculo afectivo con los bebés y la relevancia que todo ello tiene en la salud mental de la vida adulta.
Es probable que tras leer este artículo usted sienta y piense que no hacía falta tanta investigación para acabar concluyendo algo tan evidente; el propio Harlow afirmó que sus investigaciones con macacos no habían aportado ningún conocimiento que no estuviera ya en el acerbo popular y el sentido común. Sin embargo, desgraciadamente, las sociedades en algunas ocasiones se apartan tanto del sentido común y los individuos nos alejamos tanto de nosotr@s mism@s que afirmar lo obvio se convierte en toda una aventura científica.

Manuel Vitutia Ciurana. Psicólogo y Colaborador de Despierta Terapias.