Una forma muy original de sofocar desde el principio la desigualdad social en las primeras sociedades humanas fue la sistemática minusvaloración de los logros personales: un individuo no podía destacar sobre el resto del grupo gracias a unos buenos resultados en la caza, por ejemplo.
Por medio de esa «ofensa de la carne», las prácticas de comunicación social dejan claro que no se puede tolerar ninguna forma de orgullo desmedido. En algunas culturas, hay tabús muy eficaces que determinan cómo se reparte una presa: sea cual sea el género, la edad o la posición social de una persona, ciertas partes de un animal solo pueden ser consumidas por unos individuos concretos, de manera que queda garantizado un reparto más o menos justo.
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